Ya está aquí el otoño. Y llega con la sensación de que no se fue en ningún momento, no sé por qué. Igual ha sido por todos estos días soleados que hemos disfrutado aquí por el Norte… En fin, sea como sea, ya lo hemos inaugurado y lo bueno de su llegada es que me ha inspirado una nueva receta. Bueno, el otoño y un compañero de trabajo que tiene una creatividad bizcochil que no conoce límites. Él es el principal catador de esta receta: sin su aprobación no podría publicarla. Al fin y al cabo él ha sido mi muso. Se llama Hugo y es igual de grande que su entusiasmo con los bizcochos salados más bizarros que podáis imaginar… Dejad que yo canalice sus ideas, porque si no… no sé cómo podría acabar este chico. Las dos primeras cosas que se me ocurren es un Hugo congelado con Nitrógeno líquido o quemado con un soplete. ¡Menos mal que no le da por probar a hacer sus tecno-recetas!

¿Por donde iba? ¡Ah, sí! Este jovenzuelo es fan del membrillo, los brownies y la pizza, entre otros manjares. Vamos, que le gusta la comida sana un montón. Es, por tanto, lo que conocemos como un buen comedor (sus padres nunca se preocuparon por el tema comida, bueno, ni por ningún otro que es buen chaval el grandullón). Eso sí, su nivel de exigencia como muso es bastante elevado. Digamos que paladar exigente es poco, le pega más exquisito. Así que no puedo negarlo: esta receta ha sido toda una responsabilidad, sobre todo después de mi experiencia con las albóndigas y los pimientos picantes que iban de incógnito. El objetivo es bastante ambicioso: que el bizcocho sepa a pizza. No ha sido tarea fácil, así que espero que disfrutéis tanto como yo cocinándolo y comiéndolo. Si os parece que está logrado, ya sabéis qué darle a los niños. Y por favor, hacédmelo saber, que Hugo y yo estaremos encantados de conocer vuestras opiniones. Es un bizcocho con sorpresa en su elaboración, así que seguid, seguid leyendo mis valientes…
INGREDIENTES
– 3 huevos hermosotes o 4 medianos
– 150 g de harina de trigo (yo siempre uso integral, pero podéis utilizar la normal)
– 1 sobre de levadura química
– 120 ml de leche evaporada
– 80 ml de aceite de oliva virgen extra (AOVE)
– 200 g de queso rallado (yo he utilizado una combinación de tres quesos, de los que venden ya rallados para pizza)
– 80 g de salsa de tomate
– 2 cucharaditas de café colmadas de orégano
Tamizar la harina junto con la levadura. Añadid el orégano, mezclar bien y reservad.

Batir los huevos enérgicamente, cuando hayan subido de volumen agregar la leche evaporada y el AOVE. Mezclad bien.
Podéis ir encendiendo el horno, para precalentarlo. A 180º, calor envolvente con la bandeja de rejilla a media altura.
Añadir el queso rallado y repartirlo bien. Sumar a esto la harina con orégano poco a poco, mezclando con energía para que quede bien repartida. Separar la masa resultante en dos mitades.Una de esas dos mitades la vamos a dejar tal cual, a la otra añadirle la salsa de tomate removiendo bien con la espátula.

Y aquí llega la sorpresa, amigos. Vamos a hacer un bizcocho cebra, que es muy sencillo, pero la mar de vistoso.
En el molde rectangular previamente engrasado con AOVE, vamos a verter una cucharada de cada mezcla alternativamente. Empezaremos con la de tomate, la clarita, la de tomate… y así hasta que las acabemos.
Introducimos en el horno y dejamos cocer unos 35-40 minutos. El tiempo siempre depende del horno, así que a partir de la media hora, comprobad introduciendo un palillo en el centro del bizcocho si está hecho (si sale limpio ya lo podéis retirar). Si faltase más tiempo de cocción y se os está tostando demasiado por fuera, colocad papel de aluminio por encima.
Y ya está, ¡vuestra primera bizcopizza lista!
Bon profit, bo proveito, que aproveche!